Para educar a un niño hace falta una tribu entera

Para educar a un niño hace falta una tribu entera

Así reza el famoso proverbio africano, que menciona a menudo Jose Antonio Marina, filósofo y especialista en educación. Y es que la tribu, es decir, la comunidad, hace tiempo que está perdiendo su beneficiosa influencia sobre la educación de los niños y niñas.

Cada vez es más difícil ver en las ciudades grupos de niños y niñas jugando libremente en los parques y una gran mayoría están en las diferentes actividades programadas que son parte de su agenda diaria. Los padres y madres se han convertido en “animadores socioculturales” de sus hijos e hijas y han adoptado la responsabilidad de estimular lo más posible a éstos y éstas para que no se queden atrás. De hecho, el mercado ha visto un filón en este cambio social y educativo, inundando las tiendas de juguetes educativos a cada cual más “estimulante” Todo se hace, se percibe y se aprende desde pequeños, en un entorno familiar, reducido, sobreprotector…

Tiempos caracterizados por una comunidad educativa escindida. Padres y madres, en general, poco presentes en la escuela, cuya relación con ésta, en la mayoría de los casos, se produce en un contexto marcado por la reclamación y la queja. A la vez, una escuela celosa de que las familias tengan un protagonismo mayor en ésta. Ambas partes mirándose de reojo.

En el otro lado, los chicos y chicas pasan más tiempo en la escuela, en un entorno regulado y reglado, que intenta cubrir las necesidades de escasez de tiempo de permanencia y atención de los padres y madres, por no existir en este país unas políticas de conciliación familiar y laboral sensatas. ¿El resultado? Padres y madres agotados y agotadas, que llegan a casa sin la energía suficiente para dársela a sus hijos e hijas, dejándoles huérfanos de admiración, de valoración, de aceptación incondicional…

Nuestros chicos y chicas han pasado y pasan mucho, excesivo tiempo en ambientes regulados, y a la vez aislados de la realidad social. Metidos en una burbuja que no les confronta con lo real, que les hace creer que son los únicos en este mundo, que sus deseos y necesidades son las primeras, que sólo tienen derechos y no deberes… A menudo se convierten en individuos que forman parte de un grupo pero aislados, desconectados, analfabetos emocionales con dificultades de empatía porque lo comunitario es invisible para ellos, porque están cegados por su ego. Y cuando toman verdadero contacto con la realidad, se pierden.

Y, sin embargo, no hay nada más potente, intenso, reconfortante y agradecido, que sentirse parte de algo. De hecho, muchos de nuestros jóvenes adoptan una identidad colectiva para ser alguien, con los problemas que ello conlleva. Se convierten en “manadas” que destrozan todo a su paso.

Yo creo que la escuela debe recuperar el sentido de colectividad, de comunidad; la conexión con el entorno más inmediato. Tiene que ser capaz de enseñar a nuestros jóvenes a ser parte de un todo conservando su propia identidad, de ser capaces de tener preocupaciones por el colectivo y lo colectivo, de recuperar la compasión hacia los demás, la solidaridad, el respeto y la preocupación por el legado que han recibido (la tierra, el sistema de bienestar, la paz, el cuidado hacia nuestros mayores u otros colectivos…) Éste debe ser el curriculum oficial de la escuela, aquél que enseña hacia el bien común de la comunidad, aquél que conecta al alumno o alumna con el mundo.

Nuestra escuela hace ese esfuerzo continuamente. Acciones como la limpieza anual de la orilla del Zadorra, la realización de algunas etapas del Camino de Santiago, las experiencias de voluntariado en la Residencia de Mayores de Nanclares, ASPACE y el Centro de Día de Mayores de Miranda de Ebro, los talleres vivenciales con ASPACE y ZUZENAK y otras iniciativas que se han ido realizando desde hace tiempo son una muestra de esto.

Estamos en un lugar aislado pero nos esforzamos en traer el mundo a las aulas o desplazar nuestras clases a la comunidad y que nuestro alumnado reflexione y se haga preguntas acerca de cómo quieren ser y cómo quieren vivir. La adolescencia es un período sensible para ello y es una época donde el ser humano es más que en ningún momento “tribal” ¡Aprovechémoslo!

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